“Una noche
aparecieron en la casa, era tarde y mi padre había llegado de la mar
poco antes. Los dos falangistas lo cogieron y se lo llevaron. Fue la
última vez que lo vimos” Acostumbraba a decirle Generoso Valverde
a sus hijos, y luego a sus nietos. La historia de este hombre, como
la de sus cinco hermanos, es paralela a la de otros tantos familiares
de los represaliados por el franquismo.
Todo comenzó
el 14 de octubre del año 1936, en el Val Miñor, que agrupa tres
concellos al Sur de las Rías Baixas. Hacía tiempo que
dos falangistas de la zona buscaban con recelo a dos hermanos en la
zona de Sabarís, Luís y José López, apodados “Os Ineses”, por el nombre de su madre. Habían estado en
América, trayendo con ellos nuevas ideas progresistas y ecologistas,
nuevos métodos de cultivo que enseñaban a los vecinos... Se dice que el mayor, Luís, era socialista;
su hermano: anarquista.
Cuando
triunfó el golpe militar, se ocultaron en el desván de una vieja
casa, propiedad de un cura ciego, bastante mayor, que vivía alejado
del núcleo urbano junto a Dolores Samuelle, una señora de 71 años,
encargada de los cuidados del párroco, que bajaba todos los días al
pueblo a comprar el pan y el periódico.
Las
pesquisas de la Guardia Civil de Baiona señalaban hacia la casa del
ciego, pues un hombre en su estado no podía leer el periódico que
cada mañana le llevaba su cuidadora, y tampoco ella, pues era
analfabeta. También les llamaba la atención la cantidad de pan que
se llevaba la señora. El
comandante de la Guardia Civil, el Cabo Sebastián Pena, y el
falangista Refojo aparecieron en la casa una noche y descubieron a
los dos hermanos. Antes de que se los llevasen Luís disparó al
falangista, hiriéndolo de muerte. El Cabo y sus hombres se llevaron
a los dos hermanos y a la vieja señora, que fueron fusilados y
enterrados en una fosa común poco más tarde, con la señora entre
los dos hermanos para mayor escarnio.
Lleno de
sentimiento de venganza por la muerte de su amigo Refojo, Pena fue a
Vigo. En la cárcel de la calle del Príncipe no había presos, así
que volvió a Baiona y cogió a los nueve hombres que estaban
encerrados en el cuartelillo de Sabarís, bajo acusaciones de ser
republicanos. Manuel
Aballe, Felicisimo Pérez, Elías Gonda Alonso, Manuel Lijó, Modesto Fernández,
Fidel
Leyenda, José Rodríguez, Manuel Barbosa y Generoso Valverde fueron metidos en una
furgoneta y llevados rumbo a la carretera de Baiona-Camposancos
donde, a la altura de Baredo, en una curva acantilada que daba al
mar, pararon el vehículo. Uno a uno los fueron bajando de la
camioneta, uno a uno los fueron matando. Posteriormente
se llevaron los cadáveres, que fueron enterrados en una fosa común
cercana al cementerio de Panxón. Según los certificados de
defunción, los nueve hombres murieron por una “hemorragia cerebral
o torácica”.
Nueve
hombres murieron en ese saliente sobre el mar, que en cualquier otra
ocasión se antojaría idílico, aquella noche del 15 al 16 de
octubre. Las lecheras que pasaron por la carretera esa mañana fueron
las primeras en dar la noticia del triste suceso; también los
marineros que llegaban a puerto. Pero casi ocho
décadas después, la historia es conocida en toda la comarca por las nueve cruces que
aparecen ininterrumpidamente desde aquel octubre grabadas en
la tierra. Una larga línea cortada con nueve palos, en un lugar que
desde entonces y para siempre sería conocido como “A Volta dos
Nove”.
Aquellas
cruces aparecían continuamente para que nadie olvidase el triste
suceso, si bien las fuerzas del orden público se apresuraban a borrarlas y vigilaban
bien el sitio, hasta el punto de que la historia tomaba tintes
sobrenaturales entre los vecinos. Cuando sus botas totalitarias borraban las nueve cruces,
volvían a estar allí a la mañana siguiente, hasta el punto de que
la historia tomaba tintes sobrenaturales entre algunos vecinos. Nueve
cruces que desde 2005 tienen un monumento de un árbol segado, segado
como las vidas de esos nueve hombres. Un monumento donde cada 15 de
octubre familiares y vecinos se reúnen para celebrar sus cortas
vidas.
Mi abuelo
Generoso murió hace diez años, sus cenizas volaron por la ría de
Vigo, y quizás parte de ellas reposen en la Volta dos Nove. Su padre
no tuvo tanta suerte, lleva 77 años en una fosa común, y parece que los responsables no cumplirán condena nunca.
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