BLOG DE ECONOMÍA POLÍTICA, Y LO QUE SURJA

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xoves, 31 de outubro de 2013

¿Por quién doblan las campanas?

Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.


John Donne

martes, 29 de outubro de 2013

Morriña

Por eso las estaciones,
saben a muerte y los puertos
por eso cuando partimos
se deshojan los pañuelos.
Cadáveres vivos somos,
en el horizonte, lejos.
Miguel Hernández



Hace poco me contaron la historia de un hombre que tenía un problema muy serio: un marinero de mi tierra que nació con un problema fisiológico que hacía que sus ojos no lubricasen bien, por lo que le costaba dormir e incluso pestañear.
Mientras era un niño esto preocupó mucho a sus padres, que vieron como su hijo no pegaba ojo ni echándole unas gotitas de agua: agua del mar, agua del río e incluso acabaron probando con agua bendita. Esta última le creaba unas ronchas en las cuencas de los ojos pero de lubricarlos, ni hablar. No había manera, sus ojos se secaban como papel absorvente.
Unos años después, Manoliño se había acostumbrado a dormir tres o cuatro horas por noche antes de salir a pescar con su gamela. Hubo un tiempo en el que cortar cebollas antes de acostarse le ayudaba, pero su cuerpo acabó inmunizándose y, más pronto que tarde, estaba como al principio.
Según me dijeron, Manoliño siempre contaba que la noche que mejor durmió fue después de trillarse el pulgar con la puerta del baño; cuando sus lágrimas, junto al cansancio, hicieron olvidar el dolor del golpe.
Pero parece ser que el antídoto total llegó con el paso de los años, cuando tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida: emigrar. Una vez en Caracas, cada noche salía a la terraza de la pensión y mientras fumaba un cigarrillo miraba a las estrellas que un rato más tarde pasarían sobre su tierra. Y cuentan que antes de dormir, Manoliño veía como el sol se ponía detrás de las islas Cíes, mientras escuchaba las olas batir con las rocas bajo sus pies. Y era entonces cuando la morriña le sacaba un par de lágrimas a Manoliño, con las que se metía en cama para dormir tranquilo. Tranquilo como el mar de la ría. 

O'Francés

Ya no somos inocentes
ni en la mala ni en la buena
cada cual en su faena
porque en esto no hay suplentes

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

algunos cantan victoria
porque el pueblo paga vidas
pero esas muertes queridas
van escribiendo la historia

Mario Benedetti



El Francés llegó a Vigo como polizón de un barco que había salido del puerto de L'Havre una semana antes. Era de París, y tuvo que huír de allí después de atracar un banco con la cuchilla que antes usaba para afeitarse. Ahora ya nada le ataba a su país natal, excepto la morriña: toda su familia y amigos le dieron la espalda cuando lo buscaba la policía, así que lleno de desesperación se escondió en el primer barco en el que consiguió colarse.

Una vez en Vigo, buscó trabajo en el puerto y allí ganó cuatro duros, sin contrato ni seguro, descargando y cargando cajas para un pequeño almacén de venta de bogavante al por menor. Trabajaba diez horas, a veces doce, pero aún con extras, su sueldo semanal no llegaba a los 120 euros, viviendo con lo justo para pagarse la habitación de un piso compartido con dos portugueses que vendían pescado en una furgoneta y un ecuatoriano que estaba en la zona de descarga de frutas y sucedáneos.

A los pocos meses se hizo un esguince cuando llevaba unas cajas de marisco de un almacén a otro, resvalando en el suelo mojado del muelle. Como finiquito, el mandamás del negocio le pagó lo que le pertenecía por esa semana menos veinte euros, “y tendría que restarte aún más por todo lo que se fue al suelo cuando caíste” fue todo lo que logró sacarle a su jefe, precediendo a un “y no quiero volver a verte por aquí”.

Yo aún no lo conocía en aquella época, cuando yo conocí al Francés ya vivía en el cajero automático. Fue mi colega el Chepas, que trabajaba en la plaza repartiendo periódicos y cuando acababa se sentaba con los tres vagabundos a fumar un cigarro. Alguna vez coincidí con ellos cuando iba a clase a segunda hora, y a veces me quedaba con ellos hasta la hora del recreo. El bachillerato no me atraía nada, sin embargo las charlas con aquellos tres hombres eran de lo más productivas y sentía que me enriquecían mucho más que los mítines del profesor de Historia o las cantinelas del de Música. No hay mejor manera de empezar a valorar lo que tienes que conversar con los que ya no tienen nada. Aunque fuesen conversaciones irrelevantes. Me reía mucho debatiendo con el Francés sobre quesos, defendiendo yo al queso de tetilla, replicando él que cualquiera de los 365 tipos de queso que tienen en Francia era mejor que el nuestro. “No discutáis, el mejor es el que hay dentro de mis zapatos” decía muy seguro de sí mismo Luisito, el del Caixanova de la calle Camelias; “o al menos es el que mejor huele”. Y todos nos tronchábamos.

Aquellos meses intentábamos ayudarles con lo que fuese; así, el Chepas les prometió una comida de plato y cubiertos si aguantaban una semana sin beber. Luís y Vicente (este no vivía en un cajero, si no que tenía su propio dúplex en lo alto de la antigua panificadora, ahora abandonada) no aguantaron ni dos días, pero el Francés logró llegar al domingo sin una gota de alcohol, o al menos en el tiempo que pasamos con ellos no mostró signos de embriaguez ni mal aliento. Al menos, no tanto como el habitual. Así que el domingo se fueron los dos a comer a un buen mesón del barrio. Y que bien le sentó aquella tortilla de patatas y aquel pulpo “á feira” al Francés.
Tuve un profesor de latín que nos explicaba de todo menos latín, quizás por ello uno de mis favoritos, y un día llegó a clase explicándonos su curiosa teoría de que había una diferencia enorme entre las caras de la gente que pasean por la ciudad al mediodía y las caras de los transeúntes a las cuatro de la tarde. “Depués de comer, veréis como la gente sonríe el doble”, aquella tarde de domingo en la Plaza de la Independencia lo comprendí todo.
Yo les di mucha de la ropa que me quedaba enorme tras mi particular Operación Bikini (la adolescencia, ya se sabe...), y el Francés se quedó con un chándal del Celta que yo ya no usaba. Desde aquel momento siempre intentaba ver el resumen de los partidos desde el exterior de alguna cafetería. “Ya que no puedo seguir al Rennes, ahora soy también del Selta” decía un orgulloso Francés con aquel acento tan característico. De todas formas los lunes yo solía pasarle el parte, tanto de la liga francesa como de la española, y disfrutaba detallándole los goles y reviviendo con ellos en la Plaza las mejores jugadas. Huelga decir que la mayoría de las asignaturas tuve que aprobarlas en septiembre.

Por el mes de abril el periódico gratuíto que repartía el Chepas cerró. Cosas de la crisis, ya nadie se publicitaba en él, y sin publicidad esos periódicos no pueden sobrevivir, nos decía convencido él. A eso hay que unirle que yo me había lesionado entrenando y estuve seis meses con muletas, tres operaciones y rehabilitación. Por lo que poco a poco fuí perdiendo de vista a mis amigos de la plaza.

Hace pocas semanas pasé por la calle Uruguay y me encontré al Francés semi-tumbado en la entrada a un garaje, tapado con una manta de colores que había encontrado en la basura y ataviado con aquel abrigo de mujer que lo hacía tan cómico; “Siempre he tenido un aire a Napoleón” decía sin perder su buen humor. A su lado, la mochila agujereada que contenía sus otras (pocas) ropas, sus inseparables botas de montaña y un tetra-brick. Fue una alegría enorme verlo, le invité a un cigarro y me fue contando como le iba la vida. Me contó que procuraba beber sólo un litro al día, “y mesclado”. Lo justo para no pasarse, según él. También me contó que días atrás una señora había despertado a Luís, diciéndole que sus días durmiendo en los cajeros se habían acabado, y que le prepararía el sótano de su casa para que pudiese dormir allí, pero que éste no sabía si aceptar la invitación porque temía que fuese una fantasía sexual de la anciana y quisiera de él unos servicios que no estaba dispuesto a prestarle. “Fantasía sexual... sobre todo”, pensé yo intentando aguantar la risa. Me siguió contando que pretendía volver a Francia, “pero al Sur, que es mas tranquilo”; ya que lo del banco debería haber prescrito. Cuando hablaba de volver se le inundaba la boca.
Le dejé la cajetilla y continué mi camino, prometiéndole unas cañas la próxima vez que nos viésemos; “pero sin alcohol”, exclamó él riéndose, “que por aquel entonses ya lo habré dejado”.

Y algo de razón tenía; la verdad es que no lo volví a ver. Y aún tengo en mente la imagen del periódico, la manta de colores que tapa un cuerpo ataviado con el chándal del Celta que yo le regalé, en posición fetal sobre un banco de la plaza. Sí, es el mismo banco en el podíamos hablar tanto de quesos como del tiempo, del fútbol o del capitalismo, qué más daba. Había un cartón de vino al lado del cuerpo. “Protesta en la Plaza de la Independencia por la muerte de un vagabundo”, leo en el titular, “Las asociaciones piden al gobierno de la Xunta la creación de un albergue con urgencia”.
Seguro que el Francés se encontró aquella noche el cajero cerrado y allí se quedó, con el chándal, el abrigo de mujer y la manta de colores que no fueron quién de frenar aquella ola de frío.


martes, 22 de outubro de 2013

Nuestro Norte es el Sur

"América Invertida". Pintura de Joaquín Torres García (1943)


En el último día que dedicamos a analizar noticias de actualidad en clase, el pesimismo reinaba en la mayoría de ellos: desigualdad, corrupción, violencia, desahucios... No es sorprendente, pues es lo que descubrimos a diario, y ya cada vez menos nos sorprenden ese tipo de noticias negativas. 
Yo hoy traigo aquí una esperanzadora, una optimista, al menos a mi juicio. Y viene de América Latina. Ese continente que fue un cúmulo de colonias negreras mandando dinero a espuertas a los países que llevaban la sartén por el mango y hoy es un estandarte de las políticas sociales, el crecimiento, las verdaderas democracias participativas y cuyo camino sólo acaba de empezar, como saliendo de un largo letargo. 
En este caso la noticia en cuestión es la que recoge la medida adoptada por el gobierno uruguayo presidido por José Mujica (que, como curiosidad, si existiera la Doctrina Parot en Uruguay probablemente seguiría en prisión, ya que fue un activista y guerrillero, "terrorista" para La Razón y el ABC, durante los años en los que la dictadura militar asoló al Paisito) y que convierte a todos los uruguayos en donantes de órganos, a menos que deseen lo contrario, en cuyo caso no se les pondrá ningún impedimento para registrarse como no donantes.
No sé en qué infumable programa de televisión vi esta semana a una mujer que decía "¿qué mejor manera de morir que dando vida?", se refería a una mujer que había muerto dando a luz, pero inevitablemente me recordó a esta noticia.
El pintor uruguayo con el que he ilustrado este artículo dijo una vez "Nuestro Norte es el Sur", y eso pienso yo a veces: nuestro Norte debería ser el Sur, el Sur de América, América Latina, esos a los que les quitamos de todo y cada vez más a menudo nos dan clases de civismo y solidaridad. Ojalá algún día nuestros periódicos hablen de donantes de órganos en vez de donantes anónimos a las cuentas de los partidos políticos. 

De como unos nacen cigarra y otros nacen hormiga.



Esta película me toca la fibra. Quizás porque está grabada en mi barrio, porque sale mi ciudad, mi ría, mis playas, mis islas Cíes, hasta mi equipo del alma. Quizás porque en ella salen algunos de los actores que mas capacidad tienen para emocionarme. Quizás porque me siento identificado con esa realidad que recoge, o porque sus diálogos son de lo mejor que ha dado el cine español.
Pero lo que me enamora de esta película no es mi tierra, eso es un condimento que le da un toque genial, pero también se rodaron por allí películas como "Siete mesas de billar francés" o "Heroína" y las he olvidado bastante rápido... Me parece que Los lunes al sol supo retratar la verdadera cara del milagro económico español. Supo anticiparse a todo lo que vino después, y supo retratarlo con un realismo que duele en el alma. 
Es la historia del desempleo y la precariedad. De los abusos laborales, de los despidos en masa, de la desaparición de la (poca) industria que había en este país, de las consecuencias que eso tiene en la vida de unos tipos que rondan los cincuenta, algunos incluso más, que de pronto se ven sin futuro y sin poder dar de comer a sus familias, llevándolos a situaciones límite, a la monotonía, a la pérdida de la autoestima o a no saber incluso en qué día viven. 
Repleta de momentos inolvidables, no me sobra nada en esta película. Los actores dan una clase magistral, la banda sonora pone los pelos de punta, y los paisajes... Una delicia. 

luns, 14 de outubro de 2013

Nueve cruces


Una noche aparecieron en la casa, era tarde y mi padre había llegado de la mar poco antes. Los dos falangistas lo cogieron y se lo llevaron. Fue la última vez que lo vimos” Acostumbraba a decirle Generoso Valverde a sus hijos, y luego a sus nietos. La historia de este hombre, como la de sus cinco hermanos, es paralela a la de otros tantos familiares de los represaliados por el franquismo.

Todo comenzó el 14 de octubre del año 1936, en el Val Miñor, que agrupa tres concellos al Sur de las Rías Baixas. Hacía tiempo que dos falangistas de la zona buscaban con recelo a dos hermanos en la zona de Sabarís, Luís y José López, apodados “Os Ineses”, por el nombre de su madre. Habían estado en América, trayendo con ellos nuevas ideas progresistas y ecologistas, nuevos métodos de cultivo que enseñaban a los vecinos... Se dice que el mayor, Luís, era socialista; su hermano: anarquista.

Cuando triunfó el golpe militar, se ocultaron en el desván de una vieja casa, propiedad de un cura ciego, bastante mayor, que vivía alejado del núcleo urbano junto a Dolores Samuelle, una señora de 71 años, encargada de los cuidados del párroco, que bajaba todos los días al pueblo a comprar el pan y el periódico.

Las pesquisas de la Guardia Civil de Baiona señalaban hacia la casa del ciego, pues un hombre en su estado no podía leer el periódico que cada mañana le llevaba su cuidadora, y tampoco ella, pues era analfabeta. También les llamaba la atención la cantidad de pan que se llevaba la señora. El comandante de la Guardia Civil, el Cabo Sebastián Pena, y el falangista Refojo aparecieron en la casa una noche y descubieron a los dos hermanos. Antes de que se los llevasen Luís disparó al falangista, hiriéndolo de muerte. El Cabo y sus hombres se llevaron a los dos hermanos y a la vieja señora, que fueron fusilados y enterrados en una fosa común poco más tarde, con la señora entre los dos hermanos para mayor escarnio.

Lleno de sentimiento de venganza por la muerte de su amigo Refojo, Pena fue a Vigo. En la cárcel de la calle del Príncipe no había presos, así que volvió a Baiona y cogió a los nueve hombres que estaban encerrados en el cuartelillo de Sabarís, bajo acusaciones de ser republicanos. Manuel Aballe, Felicisimo Pérez, Elías Gonda Alonso, Manuel Lijó, Modesto Fernández, Fidel Leyenda, José Rodríguez, Manuel Barbosa y Generoso Valverde fueron metidos en una furgoneta y llevados rumbo a la carretera de Baiona-Camposancos donde, a la altura de Baredo, en una curva acantilada que daba al mar, pararon el vehículo. Uno a uno los fueron bajando de la camioneta, uno a uno los fueron matando. Posteriormente se llevaron los cadáveres, que fueron enterrados en una fosa común cercana al cementerio de Panxón. Según los certificados de defunción, los nueve hombres murieron por una “hemorragia cerebral o torácica”.

Nueve hombres murieron en ese saliente sobre el mar, que en cualquier otra ocasión se antojaría idílico, aquella noche del 15 al 16 de octubre. Las lecheras que pasaron por la carretera esa mañana fueron las primeras en dar la noticia del triste suceso; también los marineros que llegaban a puerto. Pero casi ocho décadas después, la historia es conocida en toda la comarca por las nueve cruces que aparecen ininterrumpidamente desde aquel octubre grabadas en la tierra. Una larga línea cortada con nueve palos, en un lugar que desde entonces y para siempre sería conocido como “A Volta dos Nove”.

Aquellas cruces aparecían continuamente para que nadie olvidase el triste suceso, si bien las fuerzas del orden público se apresuraban a borrarlas y vigilaban bien el sitio, hasta el punto de que la historia tomaba tintes sobrenaturales entre los vecinos. Cuando sus botas totalitarias borraban las nueve cruces, volvían a estar allí a la mañana siguiente, hasta el punto de que la historia tomaba tintes sobrenaturales entre algunos vecinos. Nueve cruces que desde 2005 tienen un monumento de un árbol segado, segado como las vidas de esos nueve hombres. Un monumento donde cada 15 de octubre familiares y vecinos se reúnen para celebrar sus cortas vidas.


Mi abuelo Generoso murió hace diez años, sus cenizas volaron por la ría de Vigo, y quizás parte de ellas reposen en la Volta dos Nove. Su padre no tuvo tanta suerte, lleva 77 años en una fosa común, y parece que los responsables no cumplirán condena nunca.



xoves, 10 de outubro de 2013

Madrid



El primer artículo que analizaremos en este blog es el firmado por Rafael Méndez y Álvaro de Cózar y publicado por el diario El País el pasado 5 de octubre, creando un gran revuelo en las redes sociales. Llevaba por título “La decadencia de Madrid” y en un exhaustivo análisis nos mostraba la cara oculta del Madrid de Ana Botella y sus problemáticas actuales (disminución de la oferta cultural, cierre de locales autóctonos y/o emblemáticos, aumento de la pobreza y/o indigencia...).

Es obvio que este artículo dice muchas verdades acerca de la situación que atraviesa en estos momentos la capital española, pero es igualmente obvio que tras este artículo se esconden muchos intereses y que su información es sesgada. Empezando por la foto. ¿No había otra fotografía más que la de una joven en medio de una Plaza Mayor convertida en vertedero por los hooligans del Copenhague?

Madrid ha perdido mucho, pero no sólo desde que está Ana Botella al frente de la alcaldía, por obra y gracia del espíritu santo, y sí en las últimas décadas, me atrevería a afirmar. Sin embargo, desde el inicio de la crisis esta decadencia de la que nos habla El País se ha ido agrandando. Hace cinco años, cuando pisé Madrid por primera vez, ir desde mi piso en el barrio de Tetuán hasta la puerta del Sol costaba un euro. Tardabas 15 minutos. Ibas sentado y con aire acondicionado. Ahora cuesta el doble, tardas el triple y vas hacinado como en los trenes que conducían a Auschwitz. Pero me compré una bicicleta y se acabó mi problema (para mí, claramente; pobre de aquel que viva en la periferia). Mi salud física ha mejorado y mis piernas, no veas. Por no hablar de esos euros que te ahorras. No hay mal que por bien no venga.

Pero Madrid también tenía muchos problemas hace cinco años que se han agravado o simplemente se han mantenido, y parece que lo que El País critica es la falta de conciertos de grandes estrellas en la ciudad, la falta de un skyline representativo y el descenso del turismo del alcohol y tapas. Quieren vender Madrid como un souvenir, y deberían preocuparse del Madrid para vivir. Deberían criticar también que practicar un deporte en esta ciudad es casi imposible, una ciudad en la que alquilar un polideportivo una hora cuesta más de 60 euros, y estar en un equipo federado de cualquier deporte no baja de los 300 euros anuales, y son bien escasos (o bienes escasos). Que es mucho más fácil para cualquier chaval al salir del instituto conseguir una piedra de hachís que jugar un partido de fútbol.

Al llegar a Madrid afortunadamente encontré trabajo como monitor de fútbol sala en un instituto público, dos días a la semana, mediante un programa de la Comunidad de Madrid (que curiosamente fue cancelado hace quince días, cuando se apagaron las opciones del Madrid olímpico). Al poco tiempo conseguí también un trabajo como entrenador en otro equipo, federado, con chándal y polo oficial. En el primero, en dos horas de entrenamiento, se juntaban 60 niños de diversas nacionalidades. La española probablemente empataba con la vietnamita en popularidad, había sobre todo provenientes de América Latina y los del norte de África, a parte de los balcánicos. En el segundo equipo había quince niños, españoles y de clase alta todos ellos, perfectamente conjuntados y en un polidepotivo de parqué flotante. Ninguno es estos estudiaba en la pública.

Por otro lado la educación pública en las universidades se ha ido igualando con la privada, convertida en un privilegio reservado para las élites, esos pocos afortunados a los que nuestros padres nos pueden pasar más de un sueldo base al mes para costearnos un alquiler, vida y sobre todo matrículas que en casos como el mío (que he de reconocer no soy un estudiante modelo) cada vez se acercan más a los precios de Oxford. Igual hay que plantearse una emigración prematura. O esos otros que siguen viviendo en casa de sus padres y ven, como nosotros los becados (por mamá y papá me refiero, las del Ministerio pasaron a la mitología), que estudiar una carrera, aunque sea en Ingeniería Aeronáutica, en España sólo le servirá para elegir entre ser frutero o pescadero en el Ahorramás.

Cuando sales a la calle siguen estando las terrazas llenas, sí que es cierto que las cadenas de comida y bebida low cost se han hecho con gran parte del mercado, pero al igual que los comercios chinos se han hecho con el mercado de los ultramarinos o los kioskos. Efectos de la globalización, creo que se llama. Han cerrado bares, pero han abierto otros. El rastro se llena cada fin de semana. Malasaña está a reventar de miércoles a domingo por las tardes/noches. Quizás ya no vienen Madonna o los Rolling Stones, pero los que somos de fuera de Madrid sabemos bien que en Madrid hay oferta cultural para dar y tomar, y si la buscas, la vas a encontrar. Conferencias gratuítas, coloquios, conciertos, centros sociales okupados, por no hablar de la música callejera, que como las bicicletas es de esas cosas buenas que afloran en medio de una crisis.

Las ayudas a la cultura son nulas, los festivales tienen que buscarse las habichuelas para subsistir (en todas partes, ¿qué esperábamos? el PP tiene mayoría absoluta), los grandes conciertos ya no vienen por el IVA cultural descomunal y las tasas de la SGAE, pero la cultura (no sé si decir underground) de Madrid sigue latiendo, Madrid sigue viva y como siempre ha sido tiene que buscarse el oxígeno para sus múltiples y variopintas manifestaciones al margen de la res política.

Es una salvajada la cantidad de ciudadanos sin hogar durmiendo en el Paseo de Rosales, donde el templo de Debod, una de esas bonitas postales de Madrid que El País demandaba. Es muy triste empezar a amontonar la basura por las calles como si fuese un deporte olímpico. Es penoso contarle a la gente de fuera que ni el presidente de la Comunidad ni la alcaldesa han sido elegidos por los madrileños, sí. Las privatizaciones y por tanto el descenso de los servicios sociales han hecho mucho daño a Madrid, sí, pero no sólo en los últimos dos años. Todo esto no es una consecuencia de haber perdido los Juegos o haber hecho el ridículo con cafés con leche. Sin embargo sí que pueden haber sido una causa.

El Madrid ideal que propone El País sigue siendo una ciudad neoliberal por excelencia, una ciudad con grandes conciertos y grandes festivales, pero seguiría sin haber pistas polideportivas gratuítas, transportes públicos eficientes o unos buenos servicios sociales. Seguiría habiento manifestaciones multitudinarias alrededor del Congreso que no serían recogidas por su periódico, sin embargo sí que hablarían del Vivero de Iniciativas Ciudadanas; Fulanito que era un funcionario y dejó su cargo para ser un emprendedor de la bicicleta (obviando movimientos multitudinarios como Bicicrítica) y otros cuentos.  


mércores, 9 de outubro de 2013

¿Pagar para ver el mar?






Para inaugurar este blog, cuyo nombre hace referencia a un autor que recientemente he conocido (Salinger) y el bueno de John Maynard porque su obra es de lo poco que conozco acerca de la economía, y tampoco en profundidad (de ahí lo de economato), me parece propio hacerlo con este fragmento de la película "The Rum Diary" (o "Los diarios del ron"; Bruce Robinson, 2011) sobre una novela autobiográfica y por tanto la propia vida de otro escritor ilustre: Hunter S. Thompson. 


La caótica y nada convencional vida de este periodista norteamericano pasó a la historia por haber sido el creador del periodismo "Gonzo", aquel que comenzó cuando siendo corresponsal le enviaron a cubrir una carrera de caballos a la que finalmente no pudo acceder, y acabó relatando para el periódico sus vivencias y las de aquellos paisanos que se acercaron al evento, con grandes dosis de comicidad, cinismo y sobre todo una visión crítica de la sociedad de su tiempo que acudía al evento ("El derby de Kentucky es decadente y depravado").

En esta escena, que no llega a los tres minutos, los diálogos tienen una fuerza impresionante, y en él podemos observar, de manera directa ("¿Pagar por ver el mar?") o implícita ("hay que ser discretos") los efectos del capitalismo en los medios de comunicación, los resultados del neocolonialismo (¿EEUU o Puerto Rico?), lo poco que importa la educación hoy en día o el escaso valor que le damos a la contaminación. Temas múltiples y variados como los tratados en clase y que encuentran su matriz en el sistema capitalista en el que vivimos, y con el diálogo final queda bien claro como desde el propio sistema y sus herramientas, véase periódicos y demás medios, se tiende a mantenernos en un estado de vigilia. Pero ya va siendo hora de despertar.