Estamos acostumbrados, en
el sistema educativo español en general y en nuestra facultad en
particular, a ir a clase para escuchar a un orador, cual mesías
predicando en el desierto, mientras tomamos notas en nuestros
cuadernos (o tablets, ipads, portátiles, y sucedáneos) y a penas
asimilamos la información.
Decía Foucault que el
poder es una situación estratégica entre iguales. El poder de los
profesores es poner una nota del 1 al 10 al final del cuatrimestre, y
se manifiesta con ejemplos como mesas más elevadas o hablar desde un
púlpito. Cosa que no sucedió este cuatrimestre en Economía II.
Clases orientadas a
conocernos mejor y conocer a los que nos rodean, como primer paso
para conocer todo aquello que tiene que ver con la economía, o lo
que es lo mismo, con la vida misma. Citas de autores enormes (por sus
obras, por sus descubrimientos, por su cercanía, por su grandeza en
general) nos abrían un espacio de poco menos de dos horas en el que
había tiempo para trabajar en grupo, debatir entre iguales,
formarnos y aprender, pero ante las cuales nos sentíamos un poco
perdidos, como echando de menos el monólogo y tomar apuntes.
Pero aprender
aprendíamos, aprendimos mucho de un señor de setenta años,
cincuenta de los cuales fueron dedicados a jóvenes incautos como
nosotros, y que por su ruptura total con el “método clásico” de
dar clase levantó ampollas en algunos que ya no veían como sacar
partido a su nuevo ítem de Apple y otros que lo vieron como un filón
para no tener que pasar por clase y rascar un aprobado. 300 euros
menos en la matrícula del año que viene. Una visión mercantilista.
Nuestro trabajo (y ahora
refiriéndonos a este proyecto sobre el Cine) fue de más a menos,
pretendíamos hacer un mini documental que recogiese testimonios de
todo tipo de personas relacionadas con el cine: actores que empiezan,
directores de cortos, guionistas, profesionales del montaje... Esa
película haría las veces de presentación delante de los
compañeros, con un análisis que ante la imposibilidad de ser
exhaustivo (el cine abarca tanto y nosotros teníamos tan poco
tiempo) pretendía ser crítico con un “arte” que muchas veces se
ve prostituído: en el sentido en el que Bentham decía que el teatro
estaba condenado al fracaso, en tanto en cuanto dependía
excesivamente del favor del público. Queríamos desnudar el arte de
hacer cine.
Nos dejamos llevar
adelantando poco trabajo, leyendo grandes enciclopedias sobre la
cinematografía y pequeñas sobre el cine político, el cine
comercial, etc. Aunque nuestro gran cajón de sastre fue internet,
medio por el cual nos comunicábamos en grupos online de trabajo y
lugar al que acudíamos en busca de información y complementos para
nuestro estudio.
Llegaron las vacaciones
de navidad, esos días de reunión con la familia (que en nuestros
casos viven bastante lejos) y de comer bien, trabajar poco y
desconectar del curso: mal asunto a un mes de los exámenes. Fue
durante esos días cuando decidimos que teníamos que ponernos fechas
límite: de entrega del primer borrador, de juntar todo el trabajo,
de tener lista la presentación... Dejando para el final el tema del
minidocumental, que al final nos fue inviable. El que mucho abarca
poco aprieta.
Los plazos se fueron
siguiendo con bastante normalidad, pero sí que nos faltó tiempo
para poder haberle sacado más provecho. Una de nuestras compañeras
tuvo que pasar por el taller unos días, lo cual nos rompió el ritmo
de trabajo a una semana de la presentación y sin el famoso “prezi”
que la iba a ilustrar. A las prisas, hicimos un PowerPoint y sacamos
adelante la presentación. Trabajo en equipo, algo difícil de
encontrar por Somosaguas.
Estas clases han servido
para fomentar el contacto: el contacto verbal, con compañeros que
vemos a diario y con los que a penas se intercambian dos o tres
palabras. El contacto físico, en grupos pequeños en los que nos
abrazábamos o besábamos en momentos de euforia y en los que también
había palmadas para tranquilizarnos cuando se veían las cosas
negras. Sirvieron para romper una barrera invisible que nos separa a
los autóctonos de los Erasmus, que parece que viven en una
realidad paralela en nuestras universidades; así, aprendimos mucho
más del tacón de la bota italiana gracias a nuestro fichaje
estrella, Giuliana, y aún nos debe unas pizzas.
Por todo esto, y como
bien decía el profesor en la última clase, se hace amargo ver como
el plan Bolonia ha acabado con cualquier resquicio de cordura en
nuestro sistema educativo (si es que lo había). Cursos cortos como
un amor de verano, en los cuales cuando estás conociendo al profesor
ya va tocando que te evalúe, y donde los temarios no entran ni con
calzador y las horas totales de clase suman lo que dos o tres
conferencias... Entre festivos, navidades, días moscosos que nos
permitimos por nuestras vicisitudes, y sobre todo huelgas, lícitas y
legítimas, que nos restan tiempo en el aula, al final lo que prima
es restar esos 300 euros que supone una segunda matriculación y un
cinco con el que llegar a casa como justificación de que lo que
estás haciendo a diario en Somosaguas vale para algo. Es una pena,
pero es lo que hay. Y nos toca a nosotros tener un poco de espíritu
crítico y aprovechar esas rupturas con los dogmas, esas rendijas por
las que de vez en cuando entra un poco de aire fresco. Aunque siento que en realidad deberíamos abrir las ventanas y ventilarlo todo de una vez por
todas.
Chaval, eres único, un auténtico monstruo, tienes que escribir, tienes que contarnos un cuento o una novela o lo que quieras. Gracias. Un abrazo, Roberto Carballo
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